DE PEROGRULLO

RÉQUIEM POR DEBANHI… UNA REFLEXIÓN SOBRE LA UTORIDAD EDUCATIVA

Ernesto Parga Limón

Justo al nacer una de las primeras acciones que el mundo hace con el nuevo miembro de la sociedad es cortarle el cordón umbilical que lo une con su madre. Parece decirle “acá te las apañas solo”.  Pero ahí están los padres (ahí deben estar), para empezar a construir un nuevo cordón; cordón cordial me gusta decir; un vínculo ya no físico con el ombligo sino con el corazón: Justo eso es la paternidad, un hilo invisible entre los corazones, las almas pues, de padres e hijos.

En virtud del tristísimo caso de la jovencita de Monterrey, Debanhi Escobar y el lamentable suceso de su muerte, estos últimos días han sido especialmente densos para los que tenemos hijos en edades que rondan la propia edad de Debanhi. Más allá de la verdad jurídica, más allá de que las autoridades hagan eficientemente su trabajo y apliquen el peso de la ley, más allá del irrestricto e inobjetable derecho a la preservación de la vida que todos tenemos y la obligación de las autoridades de ofrecer seguridad a todos sus gobernados. El tema nos obliga a reflexionar más profundamente, no con el ánimo de criticar, sino de hacerlo para que esto no vuelva a pasar a ninguna otra chica nunca más.

¿Es posible que nuestras hijas pasen por lo mismo?, ¿Se puede evitar?

La autoridad es la gran herramienta educativa con que contamos los padres para intentar que el proyecto vital de nuestros hijos alcance, éxito, felicidad, plena realización. La autoridad bien ejercida de los padres permite una vida armónica y feliz, es quizá el mejor ejemplo de ese cordón cordial, a través de la autoridad los hijos y los padres se mantienen unidos.

La autoridad es correcta cuando conduce sin asfixiar, cuando dice no sin disminuir, cuando cede para no imponerse obcecadamente. Ahí está el juego. El cordón de autoridad se fundamente en la plena convicción del hijo de que sus padres buscan siempre, siempre, lo mejor para él. Un cordón cordial es aquel que permite a los padres tensarlo para proteger a sus hijos del peligro, al tiempo que es sumamente elástico para permitir que la libertad de los hijos se vaya incrementando.  No obstante, el cordón es imprescindible; no es correcto que estén solos, no es bueno, no sirve, no es amor.

¿Qué pasa si como el cordón umbilical se rompió, se rompe también el cordón cordial o aún peor nunca se construyó? La respuesta es clara, hijos a la deriva, un globo que se escapa de la mano que lo sostiene y que ahora se mueve al capricho del viento, sin referente, ni destino.  

La autoridad no existe, no hay hilo que una, porque o bien se abusa de ella, o porque no se le utiliza, ambos defectos son perniciosos. En una hay imposición sin más, no es autoridad es autoritarismo, el hijo se rebela, desobedece las reglas en respuesta a su dignidad maltratada por los excesos de los padres, en el otro extremo, quizá en el más habitual hoy, hay ausencia de autoridad por condescendencia, los padres son incapaces de mandar, son indolentes, prefieren irresponsable y cómodamente nunca enfrentar a los hijos.  Al final los hijos solos en ambos extremos.

La conducta de las generaciones suele ser pendular, moverse de un extremo a otro, sin pasar por el centro. Dicen los expertos con ironía y reclamo, que la nuestra es la generación más obediente de la historia: pasamos de obedecer a nuestros padres a obedecer a nuestros hijos.

Mi experiencia como padre y como orientador familiar me ha enseñado lo importante de combatir el sentimiento de soledad, de abandono que puedan estar experimentando los hijos, aun cuando esto nos parezca extraño. Si yo lo quiero mucho, me comentaba una madre. La inmensa mayoría de los jóvenes con problemas de conducta se sienten solos, vacíos por el no ejercicio de la autoridad de los padres. “Parece que no les importo” suelen decir en consulta.

No tenga miedo de mandar, la autoridad no es un privilegio; es una obligación de todo padre. Lo peor que le puede pasar a nuestros hijos es que sus padres no los guíen, y eso supone decir si y decir no.

No es suficiente que los padres sepamos que los queremos con toda el alma, es muy importante que ellos lo experimenten.  La autoridad, sin excesos ni omisiones, nos da la pauta porque nos ofrece la más digna manera de estar cerca, sin atosigar, pero sin dejarlos a la deriva.

¿Cuántas veces nuestros hijos son huérfanos de padres vivos?  Huérfanos del interés por su bien verdadero, huérfanos de la atención profunda, amorosa e infatigable que todo hijo merece y necesita, huérfanos que nunca escuchan un te amo real, intenso, sacudidor y vinculatorio. Un te amo con hondo sentido, que implique también un permiso denegado.  No, porque te amo.

¡Caramba!, si era solo una niña, expuesta, confundida, equivocada, inexperta…sola a las 4 de la madrugada, sola en una carretera. Pero qué nos pasa por la cabeza y por el corazón que hemos normalizado esta locura.

¿Qué busca nuestras Debanhis en las calles, de fiesta en fiesta con desconocidos, a mitad de la noche?, ¿qué hemos dejado de darles que confundidas buscan en otra parte? ¿la aceptación y el cariño que no encuentran en casa? Yo tengo una hija de 19 años y eso me parte el alma y me convoca reflexionar.

Cómo es que hemos permitido que vayan por el mundo sin el lazo dulce del amor de sus padres.

¿Qué sucede que se acallan todas las alertas en nuestras niñas, porqué ya no miden el peligro, porqué ya no les duelen sus padres, sus angustias y desvelos?

Algo hemos hecho mal, tan mal, que las hemos dejado solas.

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